La Graciosa

Esta pequeña isla se extiende apenas seis kilómetros de pies a cabeza y dos kilómetros en el estómago, besando virtualmente el extremo norte de Lanzarote.
 
Los transbordadores salen cuatro veces al día (tres veces en invierno) desde el pequeño pueblo pesquero de Órzola.
 
Rodeando la Punta de los Fariones, el punto más al sureste de Lanzarote, el agua se calma al entrar en 'El Río', el tramo de agua divisorio. A la izquierda, los acantilados de Famara caen en picada en el océano. Un kilómetro al otro lado del agua se encuentra la tira de matorrales y parches de arena de Graciosa.
 
En la ciudad principal de Caleta de Sebo, unas cuantas casas parecidas a un terrón de azúcar se cruzan con caminos de arena. Aquí es donde reside la mayoría de los 650 isleños. El resto vive en el único otro asentamiento, Casas de Pedro Barba, más en la costa.
 
Aquellos que no se desplazan a Lanzarote siguen dependiendo de estos barcos para alimentar al puñado de bares y restaurantes, oficinas de alquiler de bicicletas y empresas de excursiones de la isla. Land Rovers curtidos por la intemperie esperan en el muelle para llevar a los pocos visitantes a lo largo de los caminos de tierra en un "safari" isleño. Lo más destacado son las espectaculares playas por las que La Graciosa es famosa, las mejores de Lanzarote, según se afirma.
 
Hasta finales del siglo XIX, los únicos habitantes eran un puñado de piratas. Entre los siglos XVI y XVIII la zona estuvo plagada de barcos piratas que se aprovechaban del paso de los galeones entre África y América. Cuenta la leyenda que un barco pirata inglés fue perseguido y encalló en La Graciosa y persisten los rumores de que el tesoro del pirata en fuga sigue enterrado en algún lugar de la isla.
 
Hoy en día es el tesoro del consuelo y la tranquilidad lo que mantiene a flote a la isla, y, sin duda, la octava isla de Canarias sigue siendo rica en ambos.